Y si no, miren lo que ha sucedido en Arizona, donde un año tras aprobar la famosa ley espanta-ilegales, recuperan la censura libresca y destierran a los calabozos de los depósitos de libros prohibidos a Paulo Freire, al Calibán de Shakespeare y a todo lo que huela a estudios chicanos, a todo texto que se centre en la raza, las etnias o la opresión.
Los libros siguen dando miedo aunque hayan perdido fuerza. Mientras que una película la pueden llegar a ver millones de personas con facilidad, leer un libro exige mayor esfuerzo. Y pese a ello, el libro continúa despertando el recelo en algunos, que no quieren dar crédito a Cervantes y a su idea de que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno.
Si nada lo evita, tal vez en el futuro vaguen por las calles de Tucson individuos, que como en Fahrenheit 451, secretamente hayan memorizado un libro y se presenten como tal: "Hola, soy La tempestad", "Encantado. Como agua para chocolate, para servirle".
Pero con suerte tal vez en el futuro en Arizona construyan como desagravio una réplica de esa biblioteca subterránea con anaqueles diáfanos que en Berlín recuerda la quema de libros de 1933. Y quizás acompañen en la correspondiente placa los versos que escribiera en 1820 otro censurado, Heinrich Heine: "quien quema libros, termina quemando hombres". O, en este caso, "quien condena libros, indefectiblemente condena a las personas".
by pinelife
Suceda lo que suceda, el futuro se presenta poco halagüeño para la cada vez más triste y sombría Arizona.
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