martes, 24 de enero de 2012

El papel del papel

Hubo que esperar hasta 1952, cuando la quema de un lejano bosque en Finlandia puso el precio del papel por las nubes y las revistas debieron reducir su número de páginas para ver cómo reaccionó cada una de las dos revistas en esa pelea, hasta entonces tan pareja.

Patoruzito quitó páginas y bajó el número de historias semanales de 23 a 17 haciendo crecer los textos y achicando los dibujos. Vito Nervio pasó de 4 tiras por páginas a 5, agregando así alrededor de 8 cuadros a cada entrega, para disimular la quita. Misterix, siempre en formato apaisado, achicó el tamaño de las páginas y siguió ofreciendo 3 tiras por página.

Prólogo de Carlos Trillo, titulado "Personas y personajes, mecanismos y sentimientos", al volumen 16 de la Biblioteca Clarín de la Historieta, dedicado a Vito Nervio y Misterix (2004).

sábado, 21 de enero de 2012

El precio de la consagración

Un fenómeno cultural del último lustro en España es la consagración definitiva del cómic como arte mayor. Con ello la historieta se zafa de la etiqueta de subliteratura. A ello ha contribuído notablemente la obra reciente de algunos historietistas patrios y foráneos, como Art Spiegelman, Marjane Sartrapi, Joe Sacco, Paco Roca o Antonio Altarriba y Kim, entre muchos otros. Esto ha dado pie además a la recuperación de figuras clave del género, como Carlos Giménez.

A esta consagración le ha acompañado un curioso fenómeno editorial: los comics han comenzado a editarse casi exclusivamente en tapa dura, en cartoné, aumentando considerablemente de precio. Esto ha generado un negocio que no ha pasado desapercibido para las grandes librerías. En España, La Casa del Libro primero y más recientemente El Corte Inglés han secundado a Fnac en la creación de espacios diferenciados dentro de sus librerías dedicados en exclusiva a la venta de comics.

Raro es el tebeo en España que cueste ahora menos de 12 o 15 euros, y los hay, y muchos, cuyo precio supera los 25. Recuerdo que en los años 80 y 90 ciertas editoriales reservaban la tapa dura a obras consideradas mayores. La rústica y el cartoné actuaban de meridiano que separaba la calidad media o superior del cómic. Pocas obras merecían el cartoné. Recuerdo, por ejemplo, el caso de El hombre que ríe, de Fernando de Felipe, publicado por Toutain Editor. La tapa dura además era carísima en comparación con el precio de la revista de comics que ofrecía la misma serie por entregas. Me refiero a los tiempos en que aún existían revistas como SupermortadeloZona 84Cairo, Cimoc o El Víbora.

Cualquiera que conozca algo sobre producción editorial sabe lo caro que es editar en color. Por eso los libros de arte se suelen coeditar, para que la tirada reduzca los costes. Primero se imprimen las ilustraciones y luego el texto en el idioma correspondiente. Se trata del mismo libro, pero en distintas lenguas. En el caso de los comics se hacía eso mismo. No resultaba extraño que de repente un mismo cómic se publicara en varios países europeos casi simultáneamente. Sin embargo, algo que sí variaba era el formato. En Francia, por ejemplo, la tapa dura abundaba más que en España o en Italia.

Aunque las coediciones no hayan desaparecido, ciertos comics seguirán siendo tan locales que su exportación resultará difícil. De ahí que en bastantes casos me tema que la preferencia por el cartoné y el consecuente alza del precio de los tebeos, aunque esté fomentando su consagración, se deba entre otras cosas a la reducida dimensión del mercado comiquero, y a que la única manera de absorver los altos costes de la edición en color de un título de tirada baja es que el lector pague más por el libro.

Surgen varias dudas: la primera, si el cómic podrá permitirse mantener pese a la crisis precios tan altos y una evidente sobreproducción editorial como la que exhibe. ¿Cuántos comics se saldarán en los próximos años?

La segunda, si su consagración como arte lo condenará a convertirse en un objeto de consumo reservado a minorías selectas con alto poder adquisitivo, todo lo contrario de lo que fue en su origen.

lunes, 16 de enero de 2012

Libros perniciosos

En ocasiones cuando uno habla de libros y los defiende tanto parece envejecer más de un siglo. Parece como si uno se hubiera obcecado en no entender que Benjamin y su defensa del aura perdieron la batalla, en no admitir que el libro es y ha sido siempre un objeto aristocrático, y que su destino es terminar relegado a las vitrinas de los museos. La cultura ya no está en libros, oyes, sino en la música, en las pantallas del cine y los videojuegos. Y tan cierto es que la cultura no es patrimonio exclusivo de los libros, como lo es que los libros son algo más que cultura elitista.

Y si no, miren lo que ha sucedido en Arizona, donde un año tras aprobar la famosa ley espanta-ilegales, recuperan la censura libresca y destierran a los calabozos de los depósitos de libros prohibidos a Paulo Freire, al Calibán de Shakespeare y a todo lo que huela a estudios chicanos, a todo texto que se centre en la raza, las etnias o la opresión.

Los libros siguen dando miedo aunque hayan perdido fuerza. Mientras que una película la pueden llegar a ver millones de personas con facilidad, leer un libro exige mayor esfuerzo. Y pese a ello, el libro continúa despertando el recelo en algunos, que no quieren dar crédito a Cervantes y a su idea de que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno.

Si nada lo evita, tal vez en el futuro vaguen por las calles de Tucson individuos, que como en Fahrenheit 451, secretamente hayan memorizado un libro y se presenten como tal: "Hola, soy La tempestad", "Encantado. Como agua para chocolate, para servirle".

Pero con suerte tal vez en el futuro en Arizona construyan como desagravio una réplica de esa biblioteca subterránea con anaqueles diáfanos que en Berlín recuerda la quema de libros de 1933. Y quizás acompañen en la correspondiente placa los versos que escribiera en 1820 otro censurado, Heinrich Heine: "quien quema libros, termina quemando hombres". O, en este caso, "quien condena libros, indefectiblemente condena a las personas".

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Suceda lo que suceda, el futuro se presenta poco halagüeño para la cada vez más triste y sombría Arizona.